domingo, 13 de marzo de 2011


Alicia recogió el abanico y los guantes, y como en el vestíbulo hacía mucho calor, estuvo abanicándose todo el tiempo mientras se decía:

-¡Dios mío! ¡Qué cosas tan extrañas pasan hoy! y ayer todo pasaba como de costumbre. Me pregunto si habré cambiado durante la noche. Veamos: ¿era yo la misma al levantarme esta mañana? Me parece que puedo recordar que me sentía un poco distinta. Pero, si no soy la misma, la siguiente pregunta es: ¿quién demonios soy? ¡Ah, este es el gran enigma!

Y se puso a pensar en todas las niñas que conocía y tenían su misma edad, para ver si podía haberse transformado en alguna de ellas.

-Estoy segura de no ser Ada- dijo-, porque su pelo cae en grandes rizos, y el mío no tiene ni medio rizo. Y estoy segura de que no puedo ser Mabel, porque yo se muchísimas cosas, y ella, oh, ¡ella sabe poquísimas! Además, ella es ella, y yo soy yo, y... ¡Dios mío, que rompecabezas! Voy a ver si se todas las cosas que antes sabía. Veamos:
Cuatro por cinco, doce, y cuatro por seis trece, y cuatro por siete...

¡Dios mío! ¡Así nunca llegaré a veinte! De todos modos la tabla de multiplicar no significa nada, probemos con la geografía, Londres es la capital de París, y París es la capital de Roma, y Roma... No, lo he dicho todo mal, estoy segura.
¡Me debo de haber convertido en Mabel!

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